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Nos hemos enterado últimamente de sucesos como violaciones de niñas por parte de otros niños (algunos no lo eran tanto, pero aún así menores). Claro, todo esto nos hace reflexionar acerca de como son posibles estas cosas. Nos sorprendemos también de que ocurra a edades cada vez más tempranas, cosa que, como dirían los viejos del lugar, antes no pasaba. O sí, pero menos y con menos presencia mediática.

Tenemos inicialmente que visualizar la situación y comprender qué está pasando. Cualquier acontecimiento como este remueve nuestras conciencias. Se supone que ser niño es vivir durante unos años ausente del mundo. Cuando llegas a la adolescencia es cuando te encuentras con la realidad, y el bagaje que hayas recorrido en tu niñez será lo que te impactará más o menos a la hora de decidir el camino a seguir. Creo que este es el punto básico en el que deberíamos pensar a la hora de juzgar estos hechos. Y ahora en realidad no vale con decir eso de «es que viene de tal o cual familia». Ahora hay una serie de elementos intermedios que antes no existían. Hablemos, por ejemplo, del bulling por medio del uso de tecnologías como el móvil, redes sociales, etc… Se está haciendo un daño considerable a nuestros [pre]adolescentes porque no hay control alguno sobre estas tecnologías. Es más, se ve a cada vez más niños con móviles en la mano desde su más tierna infancia. Es más, lo sé porque participé en la programación de una promoción en web de un móvil para niños fabricado por Imaginarium, hace ya más de dos años, y entonces se veía perfectamente por donde iba a ir la cosa. Ahora encontramos ya no móviles de juguete, sino reales, con todas sus funciones, en manos de niños de 10 años. Es más, si no tienen te lo piden porque sus colegas lo tienen. Y qué decir de Facebook y demás historias. Tres cuartos de lo mismo. La información descontrolada que fluye por esos sitios hace que a determinadas edades se manejen situaciones adultas para las que los chavales aún no están preparados. Es el «lo quiero todo y lo quiero ya», que por cierto es el eslogan de una compañía relacionada con la telefonía.

Luego está la cuestión educativa. La ESO ha creado mucho daño en la última generación y no tiene visos de cambiar. El todo vale, no pasa nada si no apruebas, y demás cosas que nuestros chicos han ido aprendiendo, siempre a favor del esfuerzo nulo y la incapacidad manifiesta para desarrollar un espíritu crítico, han ido generando una mentalidad estudiantil totalmente deformada y sin un sentido claro en el presente y el futuro. Ya no existe la autoridad en las clases, y por lo tanto, el respeto desaparece, no sólo frente a los profesores, sino entre los propios compañeros. Ahora mismo los profesores, al menos en lo que se refiere a la educación pública, son meros transmisores de información que puede o no llegar, pero nada más. Todo esto crea una conciencia degenerada que influye en que los comportamientos deriven en salvajadas como las que tenemos noticia en estos momentos.

Como bien ha dicho el ministro de educación, el señor Gabilondo, ahora mismo algo grave falla en nuestra sociedad cuando ocurren estas cosas. Pero no es de ahora, llevamos años así. La educación hace mucho, pero también la indolencia de los padres provoca indolencia en los niños. Los padres cada vez se despreocupan más, es un hecho. Obviamente, no son todos, pero cada vez más, y se nota. Se despreocupan cada vez más de los niños hasta el punto en que muchas veces ni los ven en casi todo el día. No hacen nada con ellos, es mejor dejarles delante de la tele o la consola, o el ordenador, sin control alguno de lo que hacen. Mientras, salgamos con los colegas, dejemos a los niños con los abuelos y a divertirse, etc. Es decir, se está perdiendo el espíritu paterno, y eso se tiene que terminar notando de una forma u otra.

Como conclusión, simplemente decir que, como dice la maldición china, estamos ante «tiempos interesantes». Interesantes por revueltos, social, cultural, moral y éticamente. La solución la tenemos nosotros, no las campañas mediáticas del gobierno. Pero nosotros no hacemos caso. Seguimos sumidos en la insidia social. Preferimos ser egoístas a responsabilizarnos. Y donde las dan las toman. Dejemos de lamentarnos y comencemos a trabajar, porque hay un trabajo muy duro por delante.